Relato inventado

Ya encerrada en el cuarto de baño, decidí entretenerme visualizando una historia en mi mente, una ensoñación de la que al menos me despertaría satisfecha.

Me metí con ropa en la bañera y me descubrí pensando en R, aunque no me invadía la melancolía ni mucho menos la tristeza.

Desde esa forma de desconexión de la realidad, era capaz de valorar la situación objetivamente, analizando todos y cada uno de los puntos importantes de nuestra relación. Recreé en mi cabeza la ruptura del 28 de febrero del 2021. El catalizador de mi sentencia final fue descubrir ese mensaje suyo dirigido a su grupo de amigos con la foto de la chica con la que ya estaba teniendo crueles pesadillas.

Yo tampoco obré bien. Si rebuscar en el teléfono de tu pareja no fuese un delito, seguiría siendo moralmente reprobable.

Pero, ¿qué es la moral junto al mal presentimiento que me invadía respecto al amor de mi vida? Era algo insignificante.

La intuición de las mujeres nunca falla, había oído decir por ahí. Jamás un conjunto de palabras había cobrado sentido de una forma tan repentina como la vez que entendí aquella frase.

Ese día, algo dentro de mí se rompió. Fue curioso entrar en una especie de trance en el que mi mente, quebrada, abandonaba la corporeidad, salía al exterior en busca de otra realidad ajena a la mía y, queriendo llegar lo más lejos posible, acababa desplomada en mitad del desierto mientras sollozaba de dolor.

No fue hasta meses después, en febrero, que decidí dejarle —habiendo ya ocurrido una serie más de sucesos cuestionables por su parte— mediante una llamada telefónica.

En ese momento sentí que el mundo conspiraba contra mi. Maldecí a todas las mujeres guapas que existían, a todos los hombres heterosexuales, a mis padres, a las redes sociales, al teléfono, a los avances tecnológicos y a la era en la que me había tocado vivir. Luego recordé que mi abuelo tenía tres mujeres y me retracté de una parte de mis pensamientos.

Me corté el pelo a lo mullet y me lo teñí de rojo. Me hice un piercing en el ombligo. Me pinché ácido hialurónico en la nariz y en los labios.

Al cabo de unos pocos meses volví con él. Esta vez duró mucho menos de un año, y se terminó en febrero del 2022. Dos meses antes, me había hecho otro piercing en la nariz.

Me gusta pensar que febrero es el mes en el que me doy cuenta de las cosas. También en febrero del 2020 fue cuando me di cuenta de lo perdidamente enamorada que estaba de R, aunque a día de hoy me sigo preguntando si realmente fue amor genuino o si le utilicé como vía de escape al estado bizarro en el que me encontraba por aquel entonces. De todas maneras, la semilla raíz de mis emociones no era un tema que me concerniera.

Me desperté de lo que se había convertido en un sueño con unos golpes en la puerta.

-¿Estás ahí?

Una voz titubeante se escuchaba desde fuera.

-Me he quedado encerrada. ¿Puedes abrirme desde fuera? -lloriqueé.

C intentó acceder a mí de forma totalmente inútil.

-Creo que vamos a tener que llamar a los bomberos o algo para que te saquen de ahí.

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